La filosofía ha señalado que la ciencia, lejos de basarse en los valores de igualdad y comunidad, reproduce la competitividad, la exclusión y los prejuicios propios de cada momento histórico. ¿Puede la ciencia contribuir a la construcción de un mundo más igualitario?
Diferentes filósofas denuncian que las mujeres han tenido menos oportunidad de acceso a la ciencia y menos protagonismo en ella, y que esta ha contribuido a menudo a justificar su situación de opresión. La filosofía ha señalado que la ciencia se cimenta sobre valores contradictorios: por un lado, una pretensión de universalidad y desinterés; por otro, una dosis de dogmatismo, a la que se suman prejuicios patriarcales y racistas. Así lo aseguran los enfoques de las “epistemologías feministas”. Son acercamientos a la pregunta de cómo se constituye el conocimiento científico que cuestionan el papel de la ciencia en la reproducción de un sistema que oprime a mujeres y otros grupos sociales.
En Ciencia, cyborgs y mujeres, la filósofa y primatóloga Donna Haraway explica que la psicobiología de principios del XX tuvo por objetivo desarrollar dinámicas de control social basadas en el estudio psíquico del individuo. Los estudios daban por hecho prejuicios sobre la naturaleza femenina con el fin de justificar su rol subalterno en el sistema productivo. La ciencia sirvió también de justificación para la sobreexplotación de unos trabajadores sobre otros para maximizar los beneficios de la industria.
Los valores patriarcales y racistas de la ciencia han sido criticados desde distintos frentes, pero cada uno ha respondido de manera diferente a la forma en que se pueden superar esos valores y han abierto nuevas preguntas. El debate en torno a cómo construir una ciencia que no reproduzca valores sociales indeseables ha generado otra: ¿es relevante el sujeto que hace ciencia? La corriente constructivista, popular en la segunda mitad del siglo XX, señalaba que el sujeto de la ciencia, responsable de sus prejuicios, era el propio científico, y estudiaba a las comunidades científicas desde sus prácticas de laboratorio. Sin embargo, mayoritariamente se ha pensado que el sujeto de la ciencia es colectivo. Thomas Kuhn señaló que la ciencia es una actividad que se realiza en una comunidad, que se caracteriza por compartir un consenso respecto de lo que es la actividad científica. Los “estudios sociales de la ciencia” y las epistemologías feministas siguen el planteamiento de Kuhn sobre la determinación social del conocimiento. Si la ciencia es un producto social, sostienen, entonces refleja las relaciones de poder y es fruto de una ideología dominante misógina. La ciencia se torna producto ideológico. Las metáforas científicas como las distinciones entre objetividad y subjetividad, razón y emoción o mente y cuerpo, que subordinaban el segundo polo (“femenino”) al primero, serían prueba del carácter ideológico.
Desde el marxismo se pensó que la ciencia ha contribuido a justificar la explotación capitalista. El filósofo Manuel Sacristán cuestiona que se identifiquen como iguales la ciencia en sí y la utilización que hace de ella el capitalismo. Para él, no se puede hablar de una “ciencia proletaria” como sí hacía el estalinismo (un átomo, sostendrá él, es un átomo lo estudie un burgués o un proletario). La ciencia no es, sin más, un producto ideológico. Distingue, en todo caso, entre la ciencia, cuya pretensión es la objetividad y despreciar todo prejuicio, y una pseudociencia interesada, propia del capitalismo.
El ecólogo Richard Levins y el biólogo Richard Lewontin pensaron la vinculación entre ciencia y crisis ecosocial. Consideraban que el punto de vista de los sujetos de la ciencia influía en la toma de decisiones y en qué cuestiones debían ser estudiadas y cómo. La ciencia refleja las condiciones de su producción, como defienden en La biología en cuestión, pero rechazan que debamos librarnos de toda determinación social. Esto no sería posible ni sería positivo: una ciencia no contextualizada en un momento histórico no puede atender a los problemas de la sociedad en que surge.
El siguiente paso es preguntarse qué tipo de sujeto científico hace falta para alcanzar una ciencia al servicio de los intereses sociales, que contribuya a vivir en un mundo más justo. Aquí hay de nuevo divergencia de opiniones. Para la casi totalidad de las epistemologías feministas, el problema es el punto de vista; la ciencia debe ser hecha por mujeres, apostando por elementos antes desdeñados: emoción, subjetividad y cuerpo.
Esta perspectiva cae en un fuerte esencialismo sobre lo que la mujer es y debe hacer. Los proyectos de fundamentar que las mujeres son más aptas para generar conocimiento científico se han basado, a menudo, en señalar caracteres biológicos (son naturalmente emocionales y empáticas). Esto es aceptar el marco de referencia patriarcal para el cual la mujer es distinta al hombre en sus capacidades intelectuales. La filósofa Amparo Gómez señala en ¿Es el sujeto feminista epistemológicamente relevante en ciencia?: “La argumentación basada en los atributos de la naturaleza femenina da por sentado en términos esencialistas la existencia de cualidades que son teorizadas en términos ahistóricos y presociológicos”
Para la corriente posmaterialista, la división sexual del trabajo genera que la mujer pueda tener un punto de vista “privilegiado” sobre la ciencia. Pero los prejuicios en la ciencia no son solo hacia la mujer; son raciales y de clase. Para Haraway, la clave está en construir una epistemología desde los márgenes del sistema, para hacerle una crítica total y construir una ciencia nueva. Esos márgenes serían los que siempre han ocupado mujeres y otros grupos excluidos. El posmaterialismo y el posmodernismo de Haraway introducen una dificultad: renuncian a hacer críticas al contenido de la ciencia y a “aprovechar” los avances que incluso una ciencia segregadora han obtenido durante siglos.
Las epistemologías feministas tienden a coincidir en que es necesaria una ciencia feminista. Haraway sostiene que no se puede combatir la ciencia machista desde dentro, que se ha de construir una nueva y que ambas convivirán un tiempo. Desde posiciones como la de Manuel Sacristán, el combate estaría también en el seno de la ciencia actual: los prejuicios y resultados de la ciencia que provocan mayores desigualdades son signos de que esta no responde a criterios racionales y de objetividad. No se trata de sustituir estos valores de racionalidad y objetividad por otros, sino de luchar simultáneamente por un mundo que sea más justo en general.
(Irene Gómez-Olano. Artículo extraído de Filosofía &Co de Junio 2023. Número 5)