1.Vida
Un franciscano muy destacado fue el filósofo, teólogo, misionero y poeta mallorquín Ramón Lull (o Raimundo Lulio). Pertenecía a una familia acomodada con raíces en la provincia de Barcelona, que se había instalado en la ciudad de Palma de Mallorca en los tiempos de la conquista de esta isla por parte del rey de la Corona de Aragón, Jaime I.
En aquella época, Mallorca era un enclave crucial en el intercambio de mercancías entre Europa y el norte de África, y un punto de encuentro entre las culturas cristiana, judía e islámica. Este espíritu cosmopolita se reflejó en la formación de Llull, que escribió numerosas obras tanto en latín como en árabe y en catalán, lengua esta última que llevó a un nivel literario excelente.
En su juventud, tal como él mismo cuenta en su Vida coetánea, recibió una formación cortesana propia de los miembros de la clase alta a la que pertenecía. Cuando aún era adolescente, fue nombrado senescal(servidor) del futuro rey Jaime II. De acuerdo con la práctica habitual de la época, en 1257 se casó con Blanca Picany, una unión que respondió a la concepción del matrimonio como institución social orientada a la procreación y el mantenimiento del patrimonio familiar. Llull calificó su vida de aquella etapa como la de “un hombre casado, con hijos, bastante rico, disoluto y mundano”.
2.Conversión
Su vida cambió radicalmente ya superados los 30 años, a raíz de la profunda conmoción que le causó un sermón sobre Francisco de Asís y a una serie de experiencias místicas en forma de cinco visiones sucesivas de Cristo crucificado. No obstante, esta transformación personal fue el resultado de un proceso de maduración lento. Su narración sobre cómo tuvo dichas visiones cuando estaba escribiendo un relato de amor cortés contiene todos los elementos del simbolismo poético habituales en esta clase de textos. La bella dama a la que escribía es la representación del placer y el deseo carnales, caracterizados por el egoísmo y el afán de poseer, y cada una de las cinco visiones a las que alude simboliza un peldaño que hay que subir para ascender a la auténtica verdad (scalaveritatis), que reside en lo espiritual.
Los cinco pasos de esta escalera mística, que culmina en lo que Llull denomina “penitencia”, son:
1.La razón se abre a la voz de la conciencia, que le presenta una verdad superior.
2.Se despierta el deseo de vivir esa verdad, que supera cualquier otro deseo.
3.Convencimiento de que ese deseo ha de dar paso a la acción, es decir, al compromiso.
4.La acción continuada hace crecer una nueva voluntad que goza al brindarse a los demás.
5.Se supera todo egoísmo y se consigue desarrollar la capacidad de amar con gratuidad.
3.Proyecto
Alcanzada la penitencia, Llull decide entonces abandonar por completo su vida anterior, incluyendo a su familia y sus bienes, para cumplir la misión que entiende que se le ha encomendado: llevar a los infieles el mensaje cristiano de salvación y trabajar incansablemente para su conversión. Para lograr este objetivo, el camino que sigue Llull es el de la persuasión. No se trata de intentar transmitirles la fe por la fuerza de la espada, sino que lo que hay que hacer es convencerlos de que es en el cristianismo donde se halla la verdad.
Este proyecto misionero implica tener que dirigirse a los infieles en su propia lengua y conocer a fondo sus tradiciones. Así, pues, Llull se vuelca entonces en el aprendizaje del árabe y la cultura islámica, a la vez que profundiza en el conocimiento del latín, la gramática y la filosofía. Considera que ha de prepararse bien para armarse de todos los conocimientos teóricos y prácticos imprescindibles para poder llegar a sus receptores. Tras realizar un viaje de peregrinación a Santiago de Compostela y Rocamadour, decide retirarse a un monasterio para conseguir el clima de recogimiento que le permita dedicarse a la meditación y la contemplación. Al mismo tiempo, va programando los siguientes pasos de su labor, que son los siguientes:
-Ir al norte de África y dirigirse personalmente a los musulmanes para convertirlos. Ello lo lleva a realizar numerosos viajes también por Europa con el objetivo de recaudar fondos y apoyos para su proyecto misionero. Llull se aplica a esta labor durante todo el resto de su vida, incluso cuando alcanza una edad avanzada. Encuentra la muerte mientras se dedica a ella, en el viaje de regreso a Mallorca, a causa de las heridas causadas en Túnez por un grupo de musulmanes que lo apedrean para evitar su predicación, cuando tenía ya 83 u 84 años.
-Escribir un libro en el que presenta razones demostrativas de las verdades cristianas. A diferencia de los dominicos, que según entiende buscan convencer mediante el uso del argumento de autoridad (lo cual considera completamente ineficaz para convertir a los musulmanes), Llull prefiere apostar por la vía de la deducción racional. Está convencido de que Averroes se equivocó con su teoría de la doble verdad: no hay dos vías para alcanzar el conocimiento, sino solamente una. Las verdades accesibles por la fe son también razonables y lógicas. Lo que hay que hacer es mostrar cómo un buen uso de la razón conduce al reconocimiento de dichas verdades. Desde que en el año 1274 escribe su Arte abreviada de encontrar la verdad, no deja de perseverar en este intento, reescribiendo, simplificando, reelaborando una y otra vez un libro que lograra demostrar de forma definitiva las verdades propias de la fe cristiana.
-Crear una escuela en la que se enseñen las lenguas de los infieles a los futuros misioneros. En 1276 Llull logra convencer al rey Jaime II para que se funde el monasterio franciscano de Miramar con dicho propósito. El propio papa Juan XXI (Pedro Hispano, autor del mayor tratado de lógica de la Edad Media) da su permiso para que el proyecto se lleva adelante con doce frailes. Sin embargo, en su obra El desconsuelo (Lo desconhort), escrita en 1295, Llull lamenta el cierre del convento.
4. Ars magna
Se conoce como el Ars magna de Llull al sistema que ideó para demostrar la verdad. En él tomó como punto de partida aquello sobre lo cual entendía que había consenso entre las diferentes religiones:
-La existencia de un único Dios, bueno y eterno, que posee las mejores cualidades en su grado máximo.
-El modelo cosmológico aristotélico-ptolemaico.
-Las leyes de la lógica como garantía de una deducción correcta.
Mediante un sofisticado método que permitía combinar los conceptos que integran los puntos anteriores, creó una máquina lógica que servía para comprobar qué afirmaciones estaban de acuerdo con ellos y cuáles no. La máquina era capaz de responder no solo si una tesis sobre doctrina religiosa era cierta, sino también preguntas relacionadas con la filosofía, el derecho, la medicina, etc. Una vez que uno aceptaba estar de acuerdo con las consideraciones iniciales que presentaba el sistema, la máquina señalaba qué otras afirmaciones era irremediable reconocer como ciertas, puesto que se derivaba de las anteriores mediante una deducción lógica impecable.
Llull fusionó así teología y filosofía mediante la construcción de un mecanismo en el que, a partir de figuras geométricas básicas (triángulos, cuadrados y círculos, contenidos todos en una circunferencia mayor), situaba en primera instancia los conceptos fundamentales (ser, bondad, virtud, potencia, sabiduría, verdad…) y presentaba sus contrarios como no ser o privación, además de otros conceptos que podían relacionarse con ellos. A partir de la manipulación de una ser de palancas y manivelas, se podían ir moviendo los distintos elementos para ver cuáles se alineaban entre sí, de modo que, según la posición que ocupaban, era posible saber si un determinado enunciado se cumplía o era erróneo.
Árbol de la ciencia, obra escrita por Llull hacia 1295, fue su libro más ambicioso, una especie de enciclopedia en varios volúmenes en las que plasmó los principios de su Arte combinatoria. En este particular compendio del saber, cada ciencia está representada a través de un árbol, con sus raíces (los principios básicos), su tronco (la estructura propia de esa ciencia), sus ramas (los géneros en que se divide), hojas (las distintas especies) y frutos (los individuos particulares). En total describió 16 árboles: 14 árboles principales, que son los que corresponden a las distintas ciencias (cinco de las cuales tratan sobre el ámbito puramente espiritual), y dos más que sirven de auxiliares y tienen la función didáctica de aportar ejemplos y proponer preguntas.
(Lorenzo Vallmajó Riera y Juan Méndez Camarasa. Historia de la Filosofía 2. Editorial Edebé. Barcelona. 2016)
1. PRESENTACIÓN.
El 16 de noviembre de 1989 mataron a Ignacio Ellacuría junto con otros cinco compañeros jesuitas y dos empleados de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Fueron acribillados por promover el diálogo nacional y la justicia. Su labor en El Salvador no consistía en entrenar guerrilleros ni en educar a jóvenes acaudalados, solo enseñaba filosofía y gestionaba un centro educativo donde se podía hablar con libertad de cómo lograr la reconciliación en un país dividido entre el ejército y la guerrilla, la oligarquía y los campesinos empobrecidos. Una división ante la que un filósofo de la praxis no podía permanecer impasible. Una división que exigía trabajar en cuerpo y alma por el bien común. Para superar esta ruptura y lograr el bien de todos solo cabía una máxima de acción: “trabajar por la justicia”.
2. EL FILÓSOFO.
Ignacio Ellacuría (1930-1989), bilbaíno, no podía consentir la situación de empobrcimiento en la que estaba toda Centroamérica. La lucha por la justicia no era para él un imperativo político o económico, era un imperativo filosófico. Ahora bien, la suya no era una filosofía cualquiera, era una filosofía de la liberación. Pero una filosofía de la liberación no es una filosofía de la revolución, sino una filosofía para la praxis y de la realidad histórica.
Al igual que Marx se había enfrentado a los filósofos idealistas que interpretaban la historia y las acciones humanas regidas por alguna idea especulativa, Ignacio Ellacuría se enfrenta a quienes se olvidan de la realidad cuando hacen filosofía. Una filosofía de la praxis es una filosofía radical que analiza las causas de los problemas, que va a la raíz de los mismos y que mira de frente a la realidad.
3. ELLACURÍA Y ZUBIRI.
Para mirar de frente a la realidad, Ellacuría sigue las huellas de X. Zubiri. De él aprende que no puede haber una verdadera praxis liberadora si no hay una filosofía de la realidad. Después de haber leído a Marx en profundidad y conocer las propuestas del materialismo, Ellacuría descubre en Zubiri una filosofía que responde mejor al dinamismo de la realidad moral. Es un dinamismo donde al ser humano se le presentan diversas opciones; al elegir unas y dejar otras, se apropia de unas posibilidades que le proporcionan personalidad y figura humana.
Este dinamismo se transforma e un proceso de responsabilidad cuando el ser humano no solo se hace cargo de la realidad, sino que carga con ella y se encarga de ella para que sea como debe ser.
4. LIBERACIÓN Y EXISTENCIA ÉTICA.
Unos años después de su muerte, un discípulo suyo afirmaba de él: “Lo característico de la personalidad de Ellacuría no consiste tanto en haber puesto la liberación histórica de la gran mayoría de la humanidad actual en el centro de sus reflexiones filosóficas y teológicas, sino en haber hecho de la filosofía el principio constitutivo de una existencia entregada a la liberación. Tal vez este estilo de existencia ética, y no su producción teórica o sus posiciones públicas, era lo que más enemistad le granjeaba dentro y fuera de la Iglesia y a ambos lados del océano. Uno conocido dirigente de extrema derecha de El Salvador supo traducir con absoluta precisión, refiriéndose a él y a sus compañeros jesuitas, la acusación de los jueces atenienses contra Sócrates: “Envenenan las mentes de la juventud salvadoreña”. Fue también la fórmula de su sentencia de muerte”.
5. EL SER HUMANO.
Ellacuría, junto con Diego Gracia, fundó el seminario de Investigación Xavier Zubiri. Allí continuó profundizando en la filosofía de la liberación porque estaba convencido de que la filosofía de Zubiri era una propuesta innovadora y radical. No estudiaba la realidad como su fuese un objeto porque se trataba de una realidad histórica y abierta. En ella la dimensión ética no era una dimensión tangencial o marginal, sino una dimensión estructural. Por eso analizaron la estructura del hombre como realidad moral.
6. EL TEXTO.
“La realidad del hombre solo es realidad realizándose, el ser del hombre solo es siendo. Mi personalidad, entonces, no es la sucesión de distintas figuras de ser, sino la figura temporal, procesual y concreta de mi ser sustantivo (…). Cada instante puedo poner en juego la personalidad entera, pues en cada instante puedo definir lo que ahora estoy queriendo ser y la manera de reasumir todo lo que he sido hasta ahora. Vivir es poseerse, autopertenecerse realmente como realidad. La vida como transcurso es mero argumento de la vida, ya que en la vida el hombre se posee a sí mismo. En esta realización dinámica de su vida, el hombre precisa dar un rodeo por la irrealidad para realizarse, y esto lo hace mediante los proyectos de su pensar fantástico. Entre la nula facultad de hacer y sus acciones reales, el hombre interpone un esbozo de un proyecto enmarcado en un sistema de posibilidades, que se realizan no por mera actuación, sino mediante una opción. La opción por la cual la posibilidad se convierte en realidad implica dar poder a una posibilidad entre otras. Esta determinación de lo que quiere ser y de lo que quiere hacer en razón de lo que quiere ser, cualesquiera sean los estímulos que acompañen este querer, es la libertad (…). En esta autodeterminación, el hombre tiene que apropiarse posibilidades de vida y de realización. En cuanto está inmerso en situaciones de las cuales ha de salir, la realidad humana está “sujeta” a tener que resolver las situaciones por decisión. Por ello el hombre es una realidad moral, porque tiene que hacerse a sí mismo, determinando físicamente lo que va a ser de él por apropiación, esto es, por un hacer propio lo que no le es dado naturalmente. Por ello, el hombre ha de justificar la creación de unas posibilidades y la obturación de otras, ha de justificar la posibilidad preferida y ha de justificar, sobre todo, la actitud general frente a distintos sistemas de posibilidades, en cuanto esa actitud condiciona la decisión moral fundamental de su vida: lo que va a ser de él porque es lo que quiere ser”
(I. Ellacuría. Filosofía de la realidad histórica)
1. ¿Qué es lo que más te ha sorprendido de la vida de Ellacuría?
2. ¿Por qué dice que el hombre es una realidad moral?
3. ¿Cómo se relacionan teoría y praxis en la vida de este filósofo?
4. ¿Crees que un filósofo o filósofa debe estar preocupado por la reconciliación y el diálogo nacional? ¿Por qué?
5. ¿Qué opinas de la relación que aparece entre Sócrates y Ellacuría?
FUENTES:
AA.VV. Areté. Filosofía 1. Editorial SM. Madrid. 2002
Vicenta LLorca Darias.
Paul Ricoeur (nacido en Francia, en 1913 y fallecido en 2005) es uno de los filósofos contemporáneos más significativos. Más allá de sus aportaciones filosóficas concretas, su obra se hace eco de los problemas e inquietudes que más han preocupado al ser humano de nuestro tiempo y a la vez es una gran caja de resonancia de lo mejor de la filosofía más actual. Su filosofía es un intento de dar cuenta de las posibilidades de la libertad humana, tanto en los textos como en la acción. El gran tema que vertebra su pensamiento, y que ha sido objeto de una búsqueda constante, es la cuestión de la creatividad. ¿Cómo es posible la creatividad? ¿Cuáles son las condiciones que hacen del ser humano un creador? ¿Cómo entender una realidad que permite la innovación y la libertad?
Algunas de las obras de Ricoeur son: La metáfora viva (1980), Tiempo y narración (1987), Ideología y utopía (1989), Amor y justicia (1993), Sí mismo como otro (1996), Historia y narratividad (1999).
En la filosofía de Ricoeur se dan cita fidelidades opuestas y tradiciones diversas. En primer lugar, la filosofía reflexiva, cuyo origen se remonta a Descartes, con su preocupación por el tema de la conciencia y la identidad personal; en segundo lugar, la fenomenología y su interés por el análisis rigurosos de la experiencia; finalmente, la transformación hermenéutica de esta última y su interés por el lenguaje y la historia. Pero junto a esta triple tradición en la que se inserta, se interesará por cuestiones religiosas, políticas, sociales, así como por las ciencias humanas. Uno de sus grandes méritos es haber logrado una síntesis de esta pluralidad de visiones de lo humano, muchas veces antagónicas. De ahí que hable de “conflicto de interpretaciones”. Pero su actitud ante el conflicto no es ni la violencia, ni el reduccionismo, sino la mediación. El diálogo es la virtud esencial de este filósofo y por eso su filosofía es un constante “estar a la escucha” de aquello que pueda enriquecer nuestra visión de lo humano, venga de donde venga.
Sus primeras obras fueron un intento por comprender la acción humana y sobre todo cómo era posible la libertad. Muy pronto se dio cuenta de que el análisis directo era difícil y que podía ser más enriquecedor echar mano de las formas expresivas con que el ser humano comunica su poder hacer o sus imposibilidades. Por eso su descripción de la acción se transformó en una hermenéutica o interpretación de los lenguajes que expresaban este hacer.
De entre estos lenguajes son especialmente valiosos los de carácter simbólico, pues en ellos se refleja con mayor profundidad la condición humana. Y del símbolo pasó a estudiar otros lenguajes en los que el ser humano mostraba su capacidad expresiva y proyectiva, como son los lenguajes poéticos. En concreto, el estudio de la metáfora le dará la clave para entender la imaginación humana. Su obra posterior se verá marcada por un giro hacia lo práctico, curiosamente de donde había partido, pues del interés por la libertad de la imaginación (y no otra cosa es el lenguaje poético) pasará a interesarse por la imaginación de la libertad (es decir, la ética y la política).
El mundo humano siempre es un mundo interpretado, por eso es tan importante la tarea hermenéutica.
Su filosofía querrá mostrarnos la capacidad imaginativa humana (con sus obras artísticas o sus proyectos, sus ideologías y sus utopías) y, a su vez, cómo la experiencia humana está marcada por estos mundos posibles. Su filosofía es por ello un intento de dar cuenta de las posibilidades de la libertad humana, tanto en los textos como en la acción. La filosofía misma no podrá ser más un ejercicio de esta creatividad, pues, ¿qué es pensar sino imaginar lo posible y hacernos ver el mundo como horizonte de nuestra libertad?
La filosofía hermenéutica, de la que Ricoeur será uno de sus más importantes representantes, prestará una especial atención al lenguaje. El lenguaje es más que lenguaje, es un vehículo de experiencia y de mundo. Por eso cuidar el lenguaje es cuidar de nosotros mismos. Ricoeur hará de este cuidado del lenguaje el objeto de su filosofía y verá en esta acción la posibilidad misma de cuidar de lo humano, pues “palabra” y “ser humano” se corresponden. La filosofía vive de esta correspondencia, y vive también para mantenerla.
“Pienso que la tarea del educador consiste en ser utópico (…) y vinculado con ello me importa mucho la restauración del lenguaje. El mundo tecnológico en que vivimos y en que debemos aprender a vivir es un mundo sin pasado, un mundo proyectado hacia el porvenir, un mundo que tiende a borrar sus rastros. Ahora bien, el mundo de la cultura es un mundo de la memoria (…). Seguimos siendo y nos volvemos creadores a partir de una reinterpretación del pasado, que nos interpela sin cesar. Es aquí donde vendría a ubicarse la reflexión contemporánea sobre la hermenéutica, sobre nuestro vínculo con el pasado por medio de la interpretación”.
(P. Ricoeur. Ética y cultura)
2.¿Por qué para Ricoeur es importante la hermenéutica?
FUENTES:
(AA.VV. Areté. Filosofía 1. Editorial SM. Madrid. 2002.Vicenta LLorca Darias.)
Scheler considera que, al intentar describir los hechos y la realidad, encontramos unos contenidos esenciales que no son racionales no se someten a las reglas de la lógica: se trata de los valores. Estos valores son intemporales y pueden ser captados directamente, sin que tengan relación con significaciones. Es decir, en el mundo del ser humano y de la historia descubrimos la existencia de valores, independientemente de sus realizaciones concretas. Esto es importante en el terreno de la ética, en el terreno del conocimiento y en el de la antropología, pues, a partir de la afirmación de Scheler, diremos que el hombre no está en la naturaleza, sino que el hombre está en el mundo, es decir, es una realidad construida históricamente y preñada de valores. Una de las obras más importantes de Scheler se titula El puesto del hombre en el cosmos. En ella afirma que el ser humano tiene una novedad respecto al resto de los seres vivos: al tener “espíritu”, el hombre se sitúa por encima de la naturaleza. Su horizonte ya no es el del “medio”, sino el del “mundo”, por eso tiene una dimensión superior.
Según Scheler, la sociología “analiza todo el inmenso contenido, subjetivo y objetivo, de la vida humana desde el punto de vista de su determinación “efectiva”, por eso conlleva una filosofía de la historia. Estudia así los tipos y grupos humanos descubriendo en ellos los elementos comunes que permiten establecer los fundamentos de la cultura, los valores. Por eso construye una “axiología” o ciencia de los valores. Esta axiología tiene principios tales como, por ejemplo, que la existencia de un valor positivo ya es en sí mima un valor positivo, o que la inexistencia de un valor negativo es un valor positivo. Estos contenidos se nos muestran como “transparentes”, es decir, evidentes. Son también independientes de la forma de ser en que aparecen (es decir, si están en una cosa, en una persona, etc.). Scheler distingue cuatro tipos de valores: los sensibles, los vitales, los espirituales y los religiosos. Ellos son los que dotan de sentido a la acción y al conocimiento, pues, por ejemplo, la vida tiene valor porque existen valores “relativos” a la vida. Esos valores no son “colocados” de manera externa sobre las cosas, sino que son intrínsecos a ellas, no pueden desprenderse de lo conocido pues, en tanto que conocidos, ya son interpretados con un sentido.
Puesto que se puede establecer una jerarquía entre los valores, el conocimiento de estos es lo que denominamos “preferir”, es decir, elegir el valor más importante (el espíritu) frente a lo más urgente (la vida). Hacer tal elección es cumplir el ideal del ser. Aunque a veces hay individuos o grupos que parecen perder la capacidad de estimar ciertos valores, una “ceguera axiológica” que les lleva a no considerarlos. Esto explicaría que determinadas sociedades o momentos históricos hayan valorado diferentemente la realidad.
La “esencia” del valor tiene influencia en todos los aspectos, también en el del conocimiento. Todo lo que conocemos lleva inscrito un valor, lo que significa que no es un mero hecho, como quería el positivismo, sino una realidad con sentido. Esto es lo que aporta Scheler: la convicción de que no puede entenderse el mundo prescindiendo de sus contextos y sus significados, es decir, de sus valores. Por eso nos acerca más al propio ser humano y a la vida.
Captar los valores en la realidad le permite al ser humano ocupar un lugar especial en el mundo. Por ello, el conocimiento también está mediado por esa singular condición humana.
“Conocemos un estadio de la captación del valor en el que se nos da el valor de una cosa con mucha claridad y evidencia, sin que se nos dé el portador de ese valor. Así por ejemplo, un hombre nos resulta desagradable y repulsivo, o agradable y simpático, sin que seamos capaces de indicar en qué reside esto; así también, aprehendemos un poema o cualquier obra de arte durante largo tiempo como “bella”, “fea”, como “noble” o “vulgar”, sin saber ni por asomo en qué propiedades del contenido representativo reside esto (…) En tales casos se revela muy claramente hasta qué punto son los valores independientes en el ser de sus portadores (…) En consecuencia, es claro que las cualidades de valor no varían con las cosas. Así como el color azul no se torna rojo cuando se pinta de rojo una bola azul, tampoco los valores y su orden resultan afectados porque sus depositarios cambien de valor. El valor de la amistad no resulta afectado porque mi amigo demuestre falsía y me traicione”.
(M. Scheler. El formalismo en la ética y la ética material de los valores. En Ética. Madrid, Revista de Occidente)
FUENTES:
(AA.VV. Areté. Filosofía 1. Editorial SM. Madrid. 2002. Vicenta LLorca Darias.)
Si hay un hecho significativo en la biografía de este filósofo alemán (1922- 2017) es el recuerdo del contexto social que propició el ascenso de Hitler al poder. Apel recuerda que durante los años treinta el pueblo alemán aceptó progresiva y mayoritariamente un conjunto de convenciones sociales y políticas que eran éticamente inadmisibles. Asombrado por este hecho y las circunstancias que lo originaron, sus propuestas filosóficas siempre han partido de una pregunta básica: ¿qué es lo que hace legítima una convención social?
Ciertamente son muchas las convenciones que están presentes en nuestra vida. Desde la aceptación de la democracia representativa hasta la aceptación del código de la circulación, nuestra vida está llena de convenciones y apenas si sabemos dar cuenta de ellas. Pero ¿por qué no empezar a preguntarnos por la legitimidad de las convenciones?, ¿por qué no cuestionar las creencias sociales en las que vivimos? A partir de aquí podemos entender mejor por qué la filosofía de Apel podría sintetizarse con la expresión “Sobran convenciones y faltan convicciones”.
Apel es consciente de que no todas las convicciones tienen igual valor y por eso, en lugar de clasificarlas por la originalidad o imaginación con que se plantean, las evalúa por medio de la responsabilidad que exigen. En este sentido, su ética no es una invitación a tener convicciones, sino a tener convicciones responsables.
Los desastres medioambientales y las guerras nucleares nos han despertado del sueño de unas consecuencias limitadas por las fronteras nacionales o locales. La ética no puede tener fronteras y tiene que ser, necesariamente, universalista. Si las consecuencias desbordan las fronteras físicas y temporales (afectan a más de una generación), necesitamos una ética que esté “más allá” de las convenciones de las culturas, los Estados o las instituciones que ahora tenemos, es decir, que nos permita evaluar las convenciones en términos de responsabilidad. Por ello Apel propone una ética post-convencional.
Superar las convenciones y lograr las convicciones de esta ética de la responsabilidad es todo un desafío para la razón humana. Mientras que otros filósofos se resignan ante la situación actual y prefieren aceptar las convenciones sociales y políticas de los pueblos en los que viven, Apel prefiere ponerlas en cuestión. Para ello propone un cambio en el modelo de racionalidad.
En su obra La transformación de la filosofía, Apel propone un cambio que asigne prioridad a la racionalidad comunicativa. Esta racionalidad es la del lenguaje y la interacción humana. El lenguaje ordinario y cotidiano es la base de cualquier otro lenguaje y a él deben remitirse los expertos cuando quieren que aceptemos sus propuestas. Desde ahí se replantea el problema de la verdad y la justicia, no como tareas de expertos, sino como exigencias cotidianas. No son problemas de negociación y cálculo entre expertos, sino desafíos que requieren diálogo social.
Para Apel el diálogo no es un instrumento de negociación, sino la forma en la que está estructurada la razón comunicativa. El diálogo con los propios protagonistas del desarrollo no es un elemento opcional, sino un elemento constitutivo sin el que no hay verdadero desarrollo humano.
“La ética filosófica en general, afrontada de manera retrospectiva y bajo un ángulo casi evolucionista, puede ser considerada como la última respuesta del homo sapiens, es decir, de la razón humana a una especie particular de desafío (…).
Lo que quiero decir aquí avala un hecho confirmado tanto por la antropología filosófica y teológica como por la teoría científica de la evolución. Parece que la verdadera constitución de la especie humana debe, de una manera u otra, haber estado intrínsecamente ligada al cambio o disolución de las leyes instintivas del comportamiento animal y su adaptación al medio ambiente natural. Kant hablaba del “paso del yugo de los instintos a la conducta por la razón” o de la “tutela de la naturaleza en el estado de la libertad”. Pero este hecho debe ser reinterpretado hoy en día (…)
La nueva exigencia para nuestra toma de responsabilidad a la vista de los efectos futuros directos e indirectos de nuestras actividades colectivas- no solo en ciencia y en tecnología, sino en política y economía- se ofrece como la exigencia de una ética universalista de un tipo post-convencionalista y post-tradicional (…).
(K.O. Apel, en H. Jonas. Naturaleza y responsabilidad).
( AA.VV. Areté. Filosofía 1. Editorial SM. Madrid. 2002. Vicenta Llorca Darias)
Jürgen Habermas (1929) pertenece a la segunda generación de la Escuela de Frankfurt y su obra se centra sobre todo en la política y la ética dialógica. Fue profesor en la Universidad de Heidelberg y después en la de Frankfurt, donde tuvo como maestro a Adorno. Fue director del Instituto Max Planck, centro destinado a la investigación de las condiciones científicas del mundo científico y tecnificado.
Si lo evaluamos desde el punto de vista moral, Homer Simpson deja bastante que desear. Sin embargo, en cierto modo algo admirable desde un punto de vista ético perdura en Homer y eso suscita la siguiente pregunta: si deja tanto que desear desde el punto de vista moral, ¿en qué sentido puede resultar admirable Homer Simpson?
La expresión “filósofo-rey”, como tal, no aparece en la República, y se utiliza solo porque así lo marca la tradición filosófica. Lo que sí escribe Platón es que los filósofos han de gobernar, y detalla cómo deben ser educados para tal fin. El filósofo rey es el mejor gobernante porque une la sabiduría con el poder político. Solo quien conoce la idea de Bien puede practicarla, promulgando buenas leyes y estableciendo la justicia. De igual manera que navegar o curar las enfermedades no está al alcance de todos sino solo de los que han estudiado para ello, lo mismo sucede con quien debe gobernar. El filósofo, que es el especialista en la armonía del conjunto y en la idea de Bien, es quien mejor capacitado está para dar unidad a la Ciudad. La teoría del alma es indispensable para gobernar porque es necesario que haya una armonía entre la forma de ser profunda del hombre, su alma, y la actuación política. El filósofo, que no se pierde en el mundo de las imágenes y las sombras de las cosas sensibles, ha superado las opiniones, la caverna y, además, al haber sido educado como los buenos soldados, no conoce el miedo que tantas veces paraliza a los intelectuales. El deseo de conocer supera en él al deseo de poseer.
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